Hace más o menos unos 40 años adquirí en una librería de Valencia,
España, un ejemplar de “Los Yoga Sutras de Patanjali” y que todavía conservo ya
con ese marrón que suele darle el tiempo a las hojas de los libros, pero además
un tanto manoseado; y este paso profuso de mis dedos por las páginas se debe a
que no es un librito corriente que te lees en un fin de semana y te olvidas de
él; no: es todo un libro de consultas, un libro de cabecera para la meditación
de aquellos que una vez comenzamos a hacernos preguntas tales como “¿quién soy yo?” o
“¿qué diablos estoy haciendo aquí?” y claro está, “hacia dónde me
dirijo?”. Y algo muy bueno: no trata de aleccionarte o catequizarte con algún
tipo de religión. Sí, ya sabemos, las preguntas de esas inquietudes son las
mismas (eternas preguntas) que suelen brotar de la llamada “Angustia Existencial.
El caso es que el hecho de que la obra tenga 196 sutras o aforismos
(comentados cada uno) en sólo 127 páginas es el único motivo por el cual se le ha llamado “librito”. Pero ¡Oh
sorpresa!: ocurre que el tal “librito” se divide en cuatro partes, y a cada
parte, amigos míos, léase bien, se la llama “libro”. ¿Cómo es eso?, se
preguntará quien se haya tragado “La guerra y la Paz”, o engullido “En busca
del tiempo perdido” de Marcel Proust o merendado sólo una porción de “La
comedia humana” de Balzac. Tal vez la respuesta
apenas comience a ser revelada para quien se adentre en serio en el mismo librito… o busque refugio en los estudiosos
del hinduismo que, por cierto, son muchos. En Latinoamérica podemos encontrar a
dos extraordinarios expertos en la materia: el peruano Fernando Tola
(Universidad de San Marcos) y la argentina Carmen Dragonetti, ambos profesores
universitarios, escritores reconocidos internacionalmente y quienes manejan el
sánscrito en profundidad. Estoy seguro que la siguiente referencia será de gran
utilidad para los que se interesen en el tema:
Review of The Yoga Sutras of Patanjali
on concentration of mind. By Fernando Tola & Carmen Dragonetti. Delhi,
Motilal Banarsidass, 1987. Autor: Luís González Reiman.
Como a estas alturas ya habrá quien se esté preguntando a dónde conduce
este ensayo, entonces lo diré: me he inspirado en una frase que nuestro compañero,
mentor (de la peña literaria) y esclarecido de las letras Sael Ibáñez
escribiera para nosotros ayer mediante e-mail:
“En sánscrito, la raíz etimológica
de las palabras relámpago y divinidad es la misma”.
Sael suele enviarnos saetazos o saelazos
como éste, tipo Zen. Por otro lado se
tiene bien claro que una de las cualidades de tales frases que el Maestro del
Budismo Zen pone al descubierto está en un subyacente “ahí queda eso” sin mayor
explicación y cuya esencia muchas veces el alumno cree no haber captado de
momento. Pero una hora más tarde o nueve años después el alumno de pronto abre
los ojos regocijado para exclamar: “¡ahora sé lo que quiso decir el maestro!”. Eso
es Zen. Y bueno, este relato es la respuesta de un alumno para su maestro.
Pero hay todavía más para contar en la obra de Patanjali en relación al
sánscrito; de hecho sus sutras los escribió en ese idioma. ¿Y saben que? El
escrito original manuscrito en sánscrito parece que no sobrepasa al equivalente
de hoja y media a tamaño carta… ¡y son cuatro libros, por Dios!
¿Qué velo descorre entonces el aserto “En sánscrito, la raíz etimológica de las palabras relámpago y
divinidad es la misma”? ¿No sugiere
esto que en su construcción, en su sintaxis, prevalece una enorme economía de
palabras porque al repetirse sólo las que se están utilizando aunque con una
misma raíz etimológica, detrás de tales palabras coexiste una clave o método
para ir obteniendo significados diferentes? Si mi hipótesis fuese cierta ¿no
sería ese, acaso (economía de palabras) uno de los objetivos a alcanzar en la
literatura moderna?
Reconozco mi elucubración y añadiré otra más: todo esto me ha hecho
recordar a Borges, medio-esotérico él y adalid de ese relato que es breve pero
que expresa todo un mundo.
Ahora bien, hasta aquí, con sólo haberse visto “la punta del iceberg” de
esa lengua primigenia, no termino de entender el por qué rayos se la ha
catalogado como lengua muerta si está más viva que nunca; hasta el punto de
mostrarse como una herramienta vigorosa en el arte de escribir. En “Las mil y
una noches”, la motivación esencial de la trama de cada noche es la de salvar
la propia vida (Sherezade) evitando de paso que las demás cabezas femeninas del
harem siguieran cayendo al piso rodando como melones. ¿Qué otra obra de la
literatura existe con estas características o técnicas? Me estoy refiriendo al
arte, al recurso de concatenar el
relato con otro relato al crear la astuta pero peligrosa levadura de la
expectativa, la atrevida jugada en la manipulación de hacer que el tiempo se
detenga hasta la noche siguiente. Pues bien, “Los yoga sutras de Patanjali” los
tiene. Examinemos el punto. A estos sutras se les llama también aforismos, pero
es una equivalencia que se acepta por antonomasia. En realidad hay una
diferencia contrapuesta entre los dos términos; el aserto del aforismo es único
y aislado, o sea que no se empata, complementa ni liga con ningún otro. En
cambio en el sutra (cuerda o hilo en sánscrito) su característica fundamental
es la de concatenarse: el sutra que
estás leyendo se encuentra estrechamente relacionado con el inmediato anterior,
e igualmente está estrechamente relacionado con el que viene. De esta manera,
los sutras, las puntadas van creando un tejido, una tela que en literatura
llamamos cuento, relato, novela, etc.
En alguna parte leí que el hombre se motoriza básicamente por “la
espera”. Sabemos que las preguntas a través de las cuales se movilizan las
motivaciones humanas son cinco: Qué, Cuando, Dónde, Cómo y Por qué. Sin
embargo, precisamente de ellas con base en la
espera también se derivan el egoísmo, la ambición, el poder, la violencia y
el estrés. No estoy tomando partido ni inclinación aquí para privilegiar la
filosofía oriental. Hay aforismos certeros en el mundo occidental; la primera
vez que leí el de Ralph Waldo Emerson se me quedó grabado para el resto de mi
vida: “Ser tú mismo en un mundo que está
tratando constantemente de cambiarte es el mayor logro”, pero también sale
al paso mostrando el hinduismo con su “Brahma” (1856) y que a mi me parece uno
de los poemas más trascendentales en la historia de la humanidad: “Quienes
me excluyen se equivocan; si huyen de mí, yo soy las alas…”
Regresando al comienzo de estos puntos de vista, cuando compré “Los
Yoga Sutras de Patanjali”, lo hice para desintoxicarme de los enfoques
occidentales; me había atiborrado de textos desde Freud pasando por el
psicoanálisis de su discípulo Jung, hasta llegar a la jerarquía de las cinco
necesidades de Maslow. También escudriñé los textos de otros psicólogos
modernos, pero ninguno me dijo quien era yo ni cual era mi papel fundamental,
ni mi propósito en esta vida.
Como también ya manifesté, estos
sutras representan para mí por sí solos, una extensa biblioteca de consultas,
mi conexión con el Universo y, de alguna manera, percibo que la literatura y la
poesía están especialmente incluidas en ellos.
Para finalizar, si fuere cierto que el hombre occidental de nuestro
tiempo se motoriza básicamente por “la espera”, las enseñanzas de Patanjali
ponen de manifiesto que el hombre realmente evolucionado está motorizado por la autenticidad y la trascendencia. Más
que nunca –repito– esas fuerzas parecieran estar presentes en el sánscrito como
herramienta viva en el arte de escribir.
¿Será que las musas se aparecen como relámpagos de la divinidad?
Notas del autor:
Hoy día hay muchos estudiosos destacados de Los Yoga Sutras de Patanjali
reconocidos mundialmente, tales como el rumano Mircea Eliade y la
norteamericana Wendy Doniger.
No hay fecha cierta de cuando fue creada la obra. Se estima que ocurrió
entre el siglo IV al V después de Cristo.
Este maestro no debe ser confundo con otro Patanjali, el gramático.
La versión a la que se refiere el presente autor es la comentada (cada
uno de los 196 sutras) por Charles Johnston.
04/08/2016
Barcelona, España
Jesús A. Álvarez Velázquez
Miembro da la Peña Literaria Sinenómine
Caracas – Venezuela
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